Nefer vive y trabaja en el campo. Tiene dieciséis años y fue violada, aunque no puede decirlo de forma tan precisa, y aunque no sabe muy bien quién fue. El aborto es solución para chicas ricas —escuchó una vez— y también, un peligroso pecado. Nefer está enamorada, está sola y apenas tiene sus palabras, que por momentos se le escapan, se mezclan y se vuelven una marea de silencios. Mientras tanto, su panza empieza a crecer.
Piensa en su amor, el Negro, a quien apenas le habla. Piensa en eso que lleva dentro, una angustia sin nombre. Piensa en matarse, y también quiere que su patrona no la rete. Así es la historia que Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931) relata en la novela Enero. Reeditada por la editorial Fiordo en 2018, la obra de la autora vuelve a resonar, esta vez con más fuerza, gracias al impulso de la ola feminista.
La novela, escrita en 1958 y ambientada en un paraje de campo —cargado de violencia y abuso—, pone en evidencia un contexto social hostil, que deja sola a Nefer con su dolor. “Es un peso demasiado grande para soportarlo de pie bajo el cielo inmenso, y Nefer se acuclilla, apoya la cara en el pelo lanoso del perro y cierra los ojos. Siente que eso es de ella, esa lana, ese calor, ese olor, y no la noche con el vasto olor a hierba amarga de la llanura y el espolvoreo mudo de estrellas”. Así dice la autora, con una prosa tan exquisita y musical que parece ser poema.
Sara Gallardo, autora también de las novelas Los galgos, los galgos, Pantalones azules y el libro de cuentos infantil El país del humo, muestra en Enero una narrativa singular: escribir la angustia en tiempo presente, situar a lxs lectores junto a Nefer, darle voz al silencio de la marginalidad.
“Tal vez si me subo al caballo y galopo mucho, tal vez si trabajo muy bruto, tal vez si me duermo muy profundamente podré despertarme sin nada… Yo pensé que si iba a casa de, de alguna persona me podría… a casa de… Tal vez si Dios me ayuda… ¿Dios? ¿Y si rezo? Tal vez el señor Dios me esté asustando para que rece más porque no soy rezadora”. Nefer le habla a su perro Capitán, y su angustia —llena de puntos suspensivos y de frases inconclusas— revela un miedo y una culpa que, de tan próxima y oscura, no puede ni nombrarse.
Enero es una novela breve y atrapante que se lee de un tirón. Las voces de los personajes están perfectamente construidas, con expresiones coloquiales y modismos propios del habla campesina. El ambiente termina de completarse con la descripción, hermosa y precisa, de la naturaleza. Hay un aire de letargo en el perro que duerme, en las madrugadas del tambo, en los mates lavados, las noches de alcohol, el tedio.
El monólogo interior de la protagonista, el estilo indirecto libre y la suma de diálogos inconclusos forman una mezcla particular que hacen de Enero una obra única en su época, y aún hoy contemporánea, por su estilo y sus temáticas. El aborto y la maternidad. El miedo y la culpa. Nefer ama, odia y sufre. Pero no está del todo sola, lxs lectores la leemos. Cargamos la angustia con ella, de la mano y directo hasta el final.