Soñar el dolor: el abuso sexual infantil manifestado en sueños

Soñar el dolor: el abuso sexual infantil manifestado en sueños

Por Evangelina Sanoni

Los sueños son una manifestación del inconsciente. En ellos, hay registro de información que, quien sueña, deberá elaborar para llegar a la profundidad de su significado. L tuvo que entender ese proceso para enfrentar hechos vividos en su infancia: un abuso sexual que su mente reprimió.

Que L no dormía bien era algo que toda la familia sabía. Cuando era niña tenía pesadillas que la despertaban agitada o hablaba dormida, incluso llegó a tener episodios de sonambulismo. Los adultos que formaban parte de su vida lo tomaron como algo que le pertenecía, una característica, y así lo aprendió: nunca lo cuestionó y narraba lo que soñaba, con gracia, a quienes quisieran escuchar. Pero en su vida adulta hubo ciertos sueños que tenían algo para decirle.

“Desde que recuerdo, dormir fue difícil para mí. Pero nunca imaginé que ahí, en los sueños, se guardaba una parte de mi vida muy difícil que mi mente había bloqueado y que no recordaba. Entenderlo fue un proceso de descubrimiento y mucho dolor”, comienza su relato que es, también, el desentramado de una maraña oscura.

Entre los sueños y habituales pesadillas de L comenzaron a presentarse escenas que le costaba procesar o contar a otros como acostumbraba a hacer. La primera vez la dejó atónita. No fue hasta que su pareja le preguntó qué había soñado la noche anterior que sintió que su cuerpo estallaba por el dolor. “Es que llorabas dormida”, le había dicho él durante el almuerzo. A partir de allí, esos sueños se repitieron y L lloró dormida, despierta, y encerrada en el baño para que nadie la escuchara. Después de mucho acompañamiento psicológico pudo entender y asumir que en su infancia había sido víctima de abuso sexual por parte de un tío: “Mi historia siempre estuvo ahí, no solo en el pasado sino también en mi cuerpo presente. Paradójicamente, fueron los sueños los que me despertaron”, expresa.

Derecho a reprimir

Es frecuente que en los casos de Abuso Sexual Infantil (ASI) la víctima no recuerde los hechos. Esto sucede porque la psiquis, al no poder procesar la información por el trauma o dolor que implica la bloquea o en términos psicoanalíticos, reprime.

Según la psicóloga y docente Delfina Placidiani, fue Freud quien especificó a la represión como un mecanismo de defensa que no permite que llegue al consiente cierta información que queda en el inconsciente. “Esto pasa también en una psiquis infantil, ante situaciones traumáticas y ante cualquier situación. Eso me recuerda a Borges y a Funes, el memorioso. No puede recordarlo todo, porque no tendría capacidad de almacenar nueva información. Así funciona la represión, que es una función específica del aparato psíquico. En el sueño como manifestación del inconsciente, hay algo reprimido que puja por hacerse consiente. Ante estas situaciones aparece también la deformación, porque no se reprime solamente el hecho, sino todo lo que puede venir por añadidura. Todo lo que se pueda relacionar con ese evento. En estos casos la terapia es un espacio fundamental de elaboración subjetiva”, explica.

Placidiani comenta que, bajo la mirada de Freud, los sueños se alimentan con el resto diurno, es decir, algo que quedó latente y después se manifiesta en el sueño. “Hay algo que moviliza, no es casual que en el último tiempo las denuncias por abuso hayan aumentado”, concluye.

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“Para mí fue difícil de asimilar y de poner en palabras ¿Quién me iba a creer? Si estaba hablando 20 años después ¿Quién iba a tomar eso en serio si a Thelma Fardin la desacreditaba la misma justicia? Y ni hablar de la sociedad que defendía a Darthés en detrimento de ella. Miraba eso por la tele y redes y sentía impotencia. Y a su vez, los sueños seguían sucediendo. Y esto no se trata de algo mágico o de un orden sobrenatural, los sueños me ayudaron a recordar, a atar cabos y a entender cosas que me habían pasado de chica. Ahora todo tenía sentido: la depresión, la anorexia, el miedo a vincularme con otros y lo posesivo que era ese tío conmigo. Cuando tuve mi primer novio, mi abusador me buscó para hablar a solas. Quería saber si ya había tenido relaciones. Recuerdo que me contó una historia de cómo él había respetado a una novia que no quería más que un beso y que eso era lo que hacía un buen hombre, aparte de no contarle a nadie cuando se pasara a más. A mí me dio tanto asco esa conversación, lo odié con todas mis fuerzas. En ese momento yo tenía 16 años… después lo supe y entendí que me estaba midiendo, que de alguna manera estaba chequeando si podría seguir guardando silencio. Y yo, simplemente, no había hablado porque había reprimido todo”

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El difícil acto de enunciar

Según Unicef: “El abuso sexual ocurre cuando un niño es utilizado para la estimulación sexual de su agresor (un adulto conocido o desconocido, un pariente u otro niño, niña o adolescente) o la gratificación de un observador. Implica toda interacción sexual en la que el consentimiento no existe o no puede ser dado, independientemente de si el niño entiende la naturaleza sexual de la actividad e incluso cuando no muestre signos de rechazo”. El abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes (NNyA) es una de las peores formas de violencia sobre las infancias y adolescencias. Su detección depende, entre otras cosas, de que haya alguien que escuche lo que ese niño o niña tiene para decir, y garantizar así uno de los Derechos del Niño: el derecho a ser oído.

En muchos casos, el relato de lo sucedido es la única evidencia del abuso, ya que suele no haber lesiones físicas ni testigos del hecho. En esto radica una complejidad: muchas veces esos NNyA son amenazados por su abusador que, generalmente, es un familiar o conocido del núcleo cercano y tienen miedo de hablar. El temor, la culpa y la vergüenza suelen alimentar el silencio que ronda estos casos y los abusadores cuentan con ello.

Ante el silencio obligado, es importante que los adultos puedan construir espacios seguros para las infancias, en donde sientan que pueden hablar y contar lo que quieran sin miedos a represalias o a consecuencias negativas, incluso más allá de ellos. Si tu hijo te escucha decir ´si a mí me pasa, lo mato´, ¿cómo pensás que se va a animar a contarte si un familiar o un conocido abusó de él?”, invita a pensar Delfina Placidiani.

Según la Organización Mundial de la Salud, a nivel global, 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 13 varones declararon haber sufrido abuso sexual en la infancia. En Argentina, los números informados por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos son determinantes: entre 2017 y 2022, se registraron 14.424 casos de ASI. Número que no excluye que hayan sucedido más casos sin haberse denunciado.

L habla con calma y busca la mayor precisión posible. Más de una vez, su voz se entrecorta y necesita un respiro. Su psicóloga le había dicho en una sesión que para toda persona es difícil reconocerse vulnerable y más aún, si se trataba de vulnerabilidad infantil. “Los sueños se fueron dando con mayor frecuencia. Me veía a mí a solas con él, a escondidas, donde los tocamientos formaban parte de las escenas. Había una frase dando vueltas: Dejá de reírte y besame antes que nos vean. El terror que sentía era tremendo. Los días siguientes a los sueños eran como un pasillo oscuro: me sentía sola y derribada. Después, venían los recuerdos conscientes”.

¿Y ahora qué?

Para una víctima de ASI hablar es profundamente complejo. En la mayoría de los casos, no se hace hasta alcanzar cierta madurez que permita afrontar lo que acarrean estas historias. En esos años de crecimiento, suele parecer que no hubiese habido un otro u otra capaz de registrar el sufrimiento padecido: ¿nadie se dio cuenta de nada?

“Frente a la detección de un abuso sexual infantil, no es lo mismo que lo haga una institución o funcionario público a un ciudadano. Las obligaciones que marca la ley son diferentes para cada caso. A nosotras la ley nos obliga actuar de una manera que no obliga al vecino. También las escuelas y médicos están obligados a denunciar”, explica Marianela Duranti, técnica en Minoridad y Familia e integrante del equipo municipal de Niñez, Adolescencia y Familia de Armstrong, junto a la abogada Cecilia Colombo y la psicóloga Betiana Butto.

“El equipo es un primer nivel de intervención. Generalmente, las familias se acercan, plantean lo sucedido y se debe denunciar. Lo ideal es que la denuncia sea hecha por la familia, pero en los casos en los que no se animan, nosotras denunciamos. Con las docentes pasa lo mismo; ellas podrían denunciar en una comisaría directamente, pero muchas veces tienen miedo, entonces acompañamos o denunciamos nosotras. El equipo interviene en casos de menores de 18 años, si es mayor pasa a otras áreas”, amplia Colombo.

En el primer nivel de intervención, como son los equipos municipales de comunidades pequeñas, frente a un ASI el trabajo consiste en acompañar a NNyA y en trabajar con el entorno familiar. “A veces tenemos que pedir medidas de protección, por ejemplo, si el abuso en intra familiar, el niño pasa a cuidado de la familia ampliada o solicitamos en un segundo nivel de intervención que el niño sea alojado en una institución o en una familia solidaria”, explica Duranti. “Lo que hacemos es un seguimiento y brindar herramientas para que esa familia pueda acompañar el proceso del niño y el proceso judicial que viene después de la denuncia”, concluye.

Los tiempos de la justicia, se dice, difícilmente coincidan con los tiempos de la realidad. Los circuitos que atraviesa una denuncia y, puntualmente, los tiempos que eso lleva, dependen del Poder Judicial o de la autoridad de turno. “Es una frustración ver que el sistema judicial en muchos casos no funciona como debería. Una hace el acompañamiento desde acá, la familia está dispuesta, pero después cuando llega su parte, por la condena o por las medidas a tomar a favor del niño, defrauda. Es muy difícil”, comenta Duranti.

En los casos donde no hay rastros físicos, ya sea por ausencia o por el paso del tiempo, la complejidad aumenta. También, la posibilidad de una revictimización. “El proceso judicial recae sobre la víctima o denunciante, y las pruebas psicológicas no son fundamento necesario. Ahí te das cuenta que las pruebas que se puedan tener de este tipo son lábiles para la justicia que tenemos”, asegura Delfina Placidiani.

En cuanto al tiempo de prescripción de los delitos de índole sexual, Argentina tuvo varias modificaciones en su Código Penal: en 2011 la Ley Piazza y en 2015 la Ley del Respeto al tiempo de la Víctima. La primera establecía que, para aquellas situaciones en que la víctima fuera menor, la prescripción comenzaba a correr desde la medianoche del día que cumplieran la mayoría de edad (18 años). Mientras que la segunda amplió el concepto y definió que el plazo de prescripción se activa cuando la persona, ya siendo mayor de edad, realiza la denuncia (o la ratifica en aquellos casos en los que fue formulada por sus representantes legales durante su minoría de edad).

La línea 102 es gratuita y confidencial y se especializa en derechos de NNyA. Brinda información y asesoramiento frente a cualquier situación que vulnere los derechos de las infancias y adolescencias. Las denuncias que se hacen por este medio son totalmente anónimas.

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Una vez una vecina lo acusó de espiarla mientras se bañaba, pero no denunció. En otra oportunidad, fue acusado de tocar a unas nenas en un parque. Él dijo que las ayudó a trepar a un juego, que no había pasado nada. Supuestamente, la madre era prostituta y eso, en su mente, bastaba para desacreditarlas. Todavía recuerdo el asco que sentía cuando escuchaba esas historias, asco por él. En mi caso, pensé en denunciarlo, pero no me atreví a pasar por declaraciones, es más, pensar que no pasaría nada, me destruía. No confié en la justicia… pasó mucho tiempo de los hechos. Hoy tengo temor de que se vuelva a repetir con otras niñas. Pienso: alguien tiene que pararlo, pero no me siento preparada para ser yo.

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Educar para nombrar

Los números lo dicen sin vueltas: los delitos de ASI son altísimos. La impunidad, el patriarcado y la desinformación son un cóctel que, de alguna manera, los avala. Los abusadores conocen a la perfección esa dinámica social y hacen uso de ella, más de una vez. La vulnerabilidad infantil es un blanco fácil y saben cómo operar en ella.

“En muchos casos se repite la historia, es como si el abuso estuviese instalado en la historia familiar, le pasó a alguno de los padres y o a una tía de la familia”, refiere Duranti. “Lo más difícil de ver es la naturalización. Hemos atendido casos en los que los abusos sucedían sin el desconocimiento familiar, que no se tomaban como algo que estuviera mal, o incluso con el consentimiento. Eso es lo más tremendo”, agrega Colombo.

La Educación Sexual Infantil (ESI) es una herramienta de formación para la prevención de abusos y violencias. Que un niño, niña o adolescente pueda registrar que lo que vive no corresponde o que pueda confiar en su sentir es un paso inicial para la detección de situaciones peligrosas. Conocer el propio cuerpo y los límites en relación al mismo, es fundamental.

“Es educativa para todos. Por ejemplo, si un niño se cae y un adulto necesita levantar la remera para corroborar que no se haya lastimado, tiene que pedir permiso. Mirá si no va a prevenir, si uno entiende que esos límites existen”, afirma Placidiani y suma: “Muchas veces la ESI altera o se resiste en la medida que puede poner en tela de juicio la propia historia familiar”.

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Uno de los recuerdos que se me presentó desde que empezaron los sueños tiene que ver con una Navidad. Este hombre se había disfrazado de Papá Noel y traía una bolsa con golosinas para todos los primos que festejábamos juntos esa noche. Yo tenía mucho miedo y me puse a llorar desconsolada. Mi mamá, para calmarme, me reveló el secreto: ‘No te asustes, es tu tío´. Él se acercó, me dio un chupetín de mi color preferido y se bajó la barba para mostrarme su cara. Yo siempre supe que era él… Hoy lo pienso con la distancia del tiempo y siento ganas de abrazar a esa niña, que su cuerpo le estaba avisando a ella y a su entorno, pero nadie supo escuchar.

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Qué palabras y para quién

Toda persona tiene derecho a conocer su propia historia, a pesar del dolor que podría llegar a guardar. La memoria, con los hilos que la tejen, necesita nombrarse, y la oscuridad también. Catarata o río manso, el relato correrá buscando las palabras que hagan justicia.

“Ante a un abuso sexual debe haber una reparación, más allá de lo subjetivo. En el caso de las infancias, el sistema judicial tiene que operar sobre un abusador y tiene que haber adultos responsables del cuidado de ese niño o niña, afirma Placidiani y continua “Si eso no existe, es necesario un cambio de posicionamiento: que puedas decir fui víctima en esa situación puntual, pero no quedarse anudado en ese significante. De lo contrario, es muy difícil salir”.

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Me atrevo a decirte que es lo más duro que viví. Primero, sentía que me costaba vivir, que no podía con esto, que era mucho. Hoy intento practicar la ternura y tratarme con compasión. Entiendo que lo que me pasó a mí, les pasa a muchas niñas, no es una excepción lamentablemente. Gracias a la información que hay dando vueltas, al ‘Hermana, yo te creo’, al ‘Me Too’, sé que somos muchas y que podemos encontrarnos para charlar, como mínimo. Aunque eso no signifique menos dolor o bronca, es un alivio. A las niñas que tengo cerca, trato de transmitirles la idea de cuidados y límites, para ellas quisiera que no les suceda. Me escondo en este anonimato porque no me gustan que me vean llorar por esto, pero a las amigas que me contaron sus historias de dolor y a quienes pasaron por esto, les digo: nunca debería habernos ocurrido.

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