Madres que crían solas: la actividad esencial de la que nadie habla

Madres que crían solas: la actividad esencial de la que nadie habla

Si algo quedó en evidencia durante los días de aislamiento social y obligatorio es la dificultad de afrontar de manera simultánea la vida laboral, el trabajo doméstico y las tareas de crianza y cuidados en un único espacio y bajo la responsabilidad exclusiva de lxs convivientes. Sumado a la desestabilización económica que afectó a la mayor parte de la población, las madres que criamos solas percibimos el nuevo escenario como un terreno de dificultades ya conocidas. La pregunta que surge es ¿alguna vez la ‘actividad esencial’ de la crianza será reconocida como tal?

De acuerdo a un informe difundido por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), la cantidad de mujeres que cuidan solas a sus hijxs, y que a la par trabajan fuera de su hogar, se incrementó en los últimos 20 años del 12 al 19 por ciento. El reporte añade que en mayor medida “se trata de madres que no han elegido voluntariamente criar solas y que enfrentan las responsabilidades de la maternidad junto con su trabajo fuera del hogar”. Asimismo, señala que pese a la retracción abrupta de la denominada familia tradicional, las políticas públicas «continúan respondiendo» a este último esquema.

Criar en soledad en una sociedad organizada alrededor de un estereotipo familiar conformado por madre, padre e hijxs conviviendo en una misma vivienda, es una experiencia desgastante. Enfrentarse a un modelo que arroja a las maternidades a ‘rebuscárselas’ como se pueda es además muy doloroso. Mujeres que ven desaparecer a los progenitores de sus hijxs sin ningún tipo de reprensión, las que deben enfrentarse a su presencia violenta, destinando horas que no sobran a recorrer pasillos en tribunales en busca de algún resguardo, son relatos reiterados.

Abordar la crianza por fuera del formato de pareja y de manera monomarental es, incluso en condiciones ajenas a la cuarentena, enfrentarse a un abismo: responder a todas las demandas sociales y económicas resulta una misión imposible de ser sostenida por un solo cuerpo  y aún más si se considera la desigualdad de oportunidades en el campo laboral que padecemos las identidades feminizadas. Allí cobran relevancia los vínculos afectivos y las relaciones establecidas con el afuera, instituciones y personas que cubren determinados aspectos del desarrollo y cuidado de lxs hijxs, y que significan para las madres espacios de tiempo para llevar adelante otras actividades, generalmente relacionadas a la vida laboral, doméstica y pocas veces al esparcimiento.

Conocemos la cuarentena mucho antes que la pandemia

El contexto de crisis sanitaria y aislamiento obligatorio recrudeció estas experiencias aún más. De ello da cuenta Ornela, de 34 años, madre de una niña de 5 y empleada administrativa en un taller de autos, uno de los primeros rubros que fue habilitado por el gobierno nacional para retomar sus actividades. “Tuve que empezar a trabajar y los que siempre cuidaron a mi hija fueron mis padres, y en este momento no pueden ni acercarse”, tanto ellxs por su edad y su hija por padecer problemas respiratorios se encuentran entre las personas de riesgo.

Anulada la posibilidad de contar con lxs abuelos y la institución escolar a la que asistía la niña debió recurrir a una “revinculación forzada con el progenitor”. “Estaba desaparecido hacía cinco meses y apareció cuando empezó la cuarentena porque estaba sin hogar. Fue caótico para mí tener que dejarla con él, con todos los miedos, desencuentros y chispazos entre nosotros, pero de eso dependía mi fuente de trabajo y mi única entrada para mí y para mi hija”, dado que él no cumple con la cuota alimentaria.

Noemí tiene 35 años y es madre de una niña de 7. Según compartió con Reveladas, antes del aislamiento obligatorio “trabajaba en el rubro de la limpieza en el sector gastronómico y debido a todo esto cerró el lugar y me quedé sin laburo. Lloraba en el baño para que no me vea mi hija, porque vivimos en un monoambiente. Cuando sentí que el barco se me hundía, puse la cara y le pedí a una pareja amiga trabajo. Me ofrecieron ir a su lavandería dos o tres veces a la semana”. Si bien la nueva oportunidad significó cierto alivio económico, persistía la dificultad de no tener con quién dejar a su hija en el horario laboral. “Traté de no pensar lo peor y la tuve que llevar conmigo. Mi mamá por su edad es una persona de alto riesgo. El padre está en una situación en la que no se lo puede contar, con o sin cuarentena. No me quedó otra”, detalló.

Escenario similar se le presentó a Andrea. Ella tiene 42 años, es mamá de una niña de 6 y en la actualidad trabaja en la atención al público de una clínica. En su rutina previa al aislamiento se organizaba con la ayuda de su padre, de 82 años: “En mi horario laboral la dejaba con él, que la llevaba a la escuela y la iba a buscar”. Sin poder contar tampoco con esa asistencia y debiendo cumplir algunas horas de trabajo en la oficina tuvo que salir con su hija. “Lo correcto hubiese sido no tener que ir, pero bueno, es trabajo y me lo pidieron. Una tiene miedo de que te digan ‘cuando te necesitamos no estuviste’”.

Asimismo, la jornada de trabajo adaptada a la cuarentena significó para ella, como para muchas personas, cubrir además determinadas tareas desde el hogar, y con recursos propios. “¡Me quería agarrar los pelos! Trabajar y escuchar todo el tiempo ‘ma, ma, ma’. Me pedía el celu, una de sus pocas distracciones en estos momentos, y yo que me había tenido que traer la compu del trabajo usaba el celu de modem, con una contraseña que me pasó un vecino. Todo muy difícil”. Respecto al progenitor de la niña, Andrea mencionó: “Estoy sola desde el principio. Él despareció desde el embarazo, nunca recibí nada”.

Camila tiene 34 años, es mamá de una niña de 9, trabaja en una farmacia durante la semana y hace horas extras en otra los fines de semana. “A mí me impacto en el hecho de que tengo menos ingresos, porque ya no pude hacer las horas extras y tengo más gastos porque estamos en casa todo el tiempo”, contó. Respecto a la responsabilidad por parte del progenitor, Camila explicó: “La situación con el papá es compleja porque hay cuestiones de fondo de violencia familiar. Él tiene una orden de restricción con respecto a mí, incumplimiento de cuota alimentaria, todas esas cosas que están conectadas. Y, obviamente, si el padre ya no cumplía, ahora menos, excusado en que no puede salir a trabajar”.

Se trata de otra de las circunstancias que debieron enfrentar muchas mujeres, el abandono por parte de la justicia: “Antes de que empiece la pandemia, mi abogada había empezado a hacer los trámites para iniciar el juicio por alimentos, pero por esta situación no se pudo avanzar. Me dijeron que intente hablar con los abuelos para ver si de buena voluntad podían ayudarme”. Lo cierto es que la madre que cría sola tampoco cuenta con el recurso del ‘ahora no puedo’: “Mientras tanto hay que seguir afrontando alquiler, la prepaga, la vacuna de la gripe, que obviamente me encargo de absolutamente todo”, mencionó Camilia, y agregó: “Ni hablar del tiempo, porque el hecho de estar todo el día en la casa con las criaturas, más la escuela, más la tarea, más el desgaste emocional que tiene una, y lxs hijxs también, es bastante pesado para una sola persona”.

 “Yo vengo en cuarentena hace cuatro años. Las madres que vivimos y criamos solas generalmente no salimos mucho, por el desgaste del laburo, además de tener que vivir con dos mangos”, expresó Ornela, quien describe su maternidad y la situación actual como “una partida de ajedrez. Ya venimos entrenadas, calculando todo milimétricamente. La pandemia nos dejó en jaque mate”. En esta misma línea, Camila reflexionó: “La sobrecarga que tenemos parece invisible. A veces por saber que el trabajo es nuestro único ingreso se nos exige de más, y la energía no alcanza”.

La suspensión de los vínculos por fuera del hogar evidenció la vulnerabilidad a la que se encuentran expuestas miles de mujeres, muchas que no pueden quedarse en casa ni en contexto de pandemia, y que debieron sostener crianza y trabajos sin ningún respaldo, incluso siendo hostigadas por salir con sus hijxs cuando ninguna otra opción era posible. Como reflexiona Ornela, “quedamos anuladas una vez más en la historia. Nadie nos mencionó, ni se nos aplaudió en los balcones”.

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