Karla y Emanuel pertenecen a generaciones distintas. Ella creció en los años ‘80 y él en los 2000. Pese a esa distancia para ambos la Ley de Identidad de Género 26.743 fue un punto bisagra en sus vidas: el reconocimiento de su identidad autopercibida por parte del Estado.
Este año se cumplen 13 años de la sanción de la ley de Identidad de género en Argentina, considerada ejemplar en la región y a nivel mundial. El texto reconoce jurídicamente la identidad de género, entendiendo esto como «la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo». Además, sentó las bases para una vida con mayores oportunidades.
La ley cuenta con pilares que la distinguen: el derecho al trato conforme a la identidad autopercibida, la posibilidad de modificar nombre y género en el documento sin requisitos judiciales o médicos, es decir la despatologización de las identidades no binarias. Además, incorporó al Programa Médico Obligatorio los tratamientos hormonales y las intervenciones quirúrgicas para la adecuación corporal, garantizando su cobertura gratuita tanto en el sistema de salud público como privado.
Según un informe realizado por la Dirección Nacional de Población del RENAPER en el año 2023, hasta aquel año y desde la sanción de la ley 16.090 personas realizaron el cambio registral de acuerdo a su identidad autopercibida. Al momento de la publicación del informe, 396 habían fallecido. Además, desde la implementación del DNU 476/2021 en el año 2021, se realizaron “1.044 rectificaciones de DNI con nomenclatura “X”.
Travesti, carrilche y peronista.
Karla nació en la década del 70’ en una familia numerosa de la zona sur de Rosario y militó la travesticidad desde antes de saber lo que era militar o ser travesti. Recuerda los primeros años de su vida y brota su orgullo trava en cada una de sus palabras: «Yo no me di cuenta de nada, siempre fui la misma. Sabía que mi nombre era Karla, incluso cuando tenía 8 años».
En nuestro país, la expectativa de vida de las personas trans es de entre 35 y 40 años; Karla tiene 53. A diferencia de muchas de sus compañeras siempre estuvo acompañada de su familia. Sin embargo, los insultos en el barrio, las burlas en el patio de la escuela y los cuestionamientos sobre su vestimenta hicieron que esos lugares se volvieran inhabitables. “Tuve que dejar la escuela secundaria en primer año por lo que me pasaba con los adolescentes de mi edad: se reían de mi ropa, de mi pelo, de mi cuerpo. Y obviamente yo siempre fui feliz con eso”, asegura, y agrega: «La travesticidad para mí nunca fue un problema, fue un problema para los otros».
Atravesó su adolescencia y los primeros años de su juventud en los avanzados años 80’, cuando en Argentina recién se había recuperado la democracia. No fue así para Karla y sus compañeras. En aquel momento, ser travesti estaba prohibido. Así lo decía el artículo 87 del Código de Faltas de la Provincia de Santa Fe: «Travestismo: El que se vistiese o se hiciere pasar por persona del sexo contrario y ocasionare molestias, será reprimido con arresto hasta veinte días». La cantidad de días encerradas dependía del número de prendas femeninas que llevaran encima, recuerda Karla.
Amante de la cumbia santafesina, salía con sus amigas a bailar a los lugares que les permitían entrar. «Antes no nos dejaban sentarnos en cualquier bar ni entrar a cualquier boliche», aclara. Aquellas noches de diversión también eran condenadas: algunos clubes hacían arreglos con la policía para dejarlas entrar, pero las llevaban detenidas al salir. «Al día siguiente esperábamos hasta el lunes. Nos llevaban al juzgado de faltas, nos condenaban a cumplir esos días, y así. Así pasaron tres décadas en plena democracia sufriendo estos artículos de falta», relata. Una práctica que, asegura, no ocurría sólo en Santa Fe, sino en todo el país.
En aquel contexto, encontrar trabajo, acceder al sistema educativo o de salud no era parte de sus posibilidades; entonces, la prostitución y la organización colectiva fueron el único sostén de la comunidad travesti. “Recurríamos a silicona líquida que nos poníamos en el cuerpo de forma clandestina, porque no teníamos un artículo 11 de la Ley de Identidad de Género que garantizara el tema de la salud, donde podías construir tu cuerpo por medio de cirugías o intervenciones quirúrgicas que sean legales y cuidadas por un médico. Eso no sucedía”. La posibilidad de que el Estado garantice su derecho a la identidad fue algo impensado durante años.
La organización colectiva de las travas empezó en Rosario en los años 90’, junto al Colectivo Arcoíris, uno de los primeros espacios de militancia LGBTIQ+. El 2010 fue un año de conquistas y la antesala de la Ley de Identidad de Género: lograron derogar los Códigos de Falta que estaban vigentes en la provincia y también la aprobación del Matrimonio Igualitario a nivel nacional. Dos años después, se sancionó la ley 26.743: una ley modelo a nivel internacional. Sobre este acontecimiento, Karla comenta: «De alguna manera todo eso que había sucedido con la escuela, en mi niñez, en mi adolescencia y en las cárceles, lo pudimos transformar con esta ley. Para nosotros fue un antes y un después: el Estado me reconoció como sujeta de derecho». La sanción de la ley tuvo lugar durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner y para Karla la voluntad política de aquel gobierno fue otro de los eslabones que lo hicieron posible. Es por eso que cuando hizo el cambio registral decidió que su nombre inicie con K, por Néstor y por Cristina.
Actualmente, Karla vive en una localidad cercana a Rosario junto a su compañero Miguel y a su hija Agustina de 20 años a quien adoptaron hace una década. Además, estudia Psicología Social, forma parte del programa Transaberes de la Universidad Nacional de Rosario, del espacio Referentes Afectivos perteneciente a la Secretaría de Género y Derechos Humanos del municipio e integra el Colectivo Travesti Trans de Rosario. “Yo pude transformar esa realidad, pude cambiarla”, afirma.

PH Paula Sarkissian
El primer varón trans en el registro civil de Roldán
Cuando se sancionó la Ley de Identidad de Género en 2012 Emanuel tenía 14 años. Nunca se sintió cómodo con su nombre anterior y no lograba entender lo que sentía. «En ese momento no tenía un nombre para lo que me pasaba por dentro, hasta que pude ponerlo en palabras y decir: soy un varón trans», recuerda. Cuando llegó ese momento tenía 18 años y fue entonces cuando decidió iniciar el proceso de cambio de identidad.
Oriundo de Roldán, una localidad cercana a Rosario, Emanuel fue el primero en realizar este trámite en su ciudad. Pero el camino hacia ese momento no fue sencillo: «No sabía que existían las masculinidades trans», dice. Lo descubrió cuando vio un video en YouTube y algo le llamó la atención de la historia de un chico que había sido excluido de todos sus círculos afectivos. Lo que siguió fue un proceso de búsqueda en internet en el que, a medida que avanzaba con la lectura, iba comprobando que lo que le pasaba no le ocurría sólo a él. La confirmación llegó en 2017, cuando asistió a un encuentro organizado por la Subsecretaría de Política de Diversidad Sexual de la provincia destinado a varones trans. Allí conoció a otros como él y no hubo vuelta atrás.
«Todo pasó demasiado rápido», admite. Aunque aún no había comenzado la terapia de reemplazo hormonal, priorizó el cambio de DNI: «Pensaba que si mi DNI decía Emanuel sería como un acto de magia y todo iba a cambiar, que no me iban a tratar más en femenino. Obviamente eso no pasó». Si bien, en el registro civil, al principio no entendían su pedido, Emanuel se sorprendió al descubrir que ya existía un marco legal que lo respaldara y una larga historia detrás de la conquista de ese derecho al que podía acceder de manera bastante sencilla: «Me encontré con un abanico de herramientas pioneras en nuestro país que, para esa época, y lo siguen siendo hoy, fueron muy importantes en toda Latinoamérica en cuanto a conquista de derechos».
Cuando comenzó el proceso de hormonización, cinco años después de la sanción de la ley, se encontró con un sistema de salud en condiciones para recibirlo: «Desde el primer momento el médico me dio las primeras hormonas y me hizo un acompañamiento muy acertado y amoroso». Sin embargo, se encontraría con ciertas resistencias en otros ámbitos de su vida. En la facultad se resistieron a actualizar su nombre en las listas, y en su ciudad, personas que lo conocían de antes seguían usando su nombre anterior. Una tarde, mientras esperaba el colectivo a Rosario, una exprofesora lo llamó insistentemente por aquel nombre que ya no era suyo. Fue entonces cuando, por primera vez, tuvo que decir con contundencia: «Me llamo Emanuel». Más que una corrección, fue una afirmación de su identidad.
Emanuel fue uno de los primeros en sumarse a la Asociación de Varones Trans -hoy Asociación de Varones Trans y No Binaries-, que actualmente reúne a unos 200 pibxs de toda la provincia, adolescentes y jóvenes de alrededor de 20 años en su mayoría.
Han pasado ocho años desde que inició su transición. Hoy, Emanuel no solo vive plenamente su identidad, sino que convirtió su experiencia en una herramienta colectiva: «Se que puedo pasar desapercibido por la calle, pero tengo una necesidad interna de decir que soy un varón trans, me parece que es una forma de utilizar la voz que tengo para visibilizar».

Resistir y visibilizar
Desde su asunción, tanto el presidente de la Nación, Javier Milei, como otros integrantes del gobierno atacaron al colectivo LGBTIQ+ no solo a través de discursos violentos, sino también mediante recortes en áreas clave: el cierre del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, el desmantelamiento del INADI, el despido de trabajadorxs contratadxs bajo la Ley de Cupo Laboral Travesti Trans. El reciente DNU 62/2025, que restringe el acceso a tratamientos de afirmación de género para menores de 18 años, representa un retroceso y atenta directamente contra los derechos de lxs pibxs trans.
En las historias de Karla y Emanuel se refleja la importancia del rol del Estado para el desarrollo de sus vidas. En ese sentido, la política de ajuste del gobierno constituye un ataque contra los avances conquistados por el colectivo durante décadas.
En el año 2024 se realizó el Primer Relevamiento Nacional de Condiciones de Vida de la Diversidad Sexual y Genérica en la Argentina. Allí se refleja que, pese a los avances en materia de derechos, la discriminación y la violencia hacia las personas del colectivo continúa siendo un problema en la actualidad. Según el informe, “Del total de personas que asistían a un establecimiento educativo, un 16,7% señaló haber sido agredida o discriminada por profesores, directivos o personal de esta institución, mientras un 20% vivió situaciones de agresión o discriminación por parte de compañeros de estudio”. En el caso de las personas trans la problemática se agudiza: “Casi 4 de cada 10 varones o masculinidades trans señalaron haber vivido situaciones de agresión o discriminación por parte de profesores, personal o directivos de una institución educativa. El porcentaje asciende a más del 26% para feminidades o mujeres travesti/trans y para no binaries”.
En el ámbito laboral, la tasa de desocupación de las personas trans es significativamente mayor que la de la población general: mientras para esta última, los indicadores reflejaban el 6,2% (Según el informe del INDEC del segundo trimestre de 2023), para los varones y masculinidades trans fue de 14,3%, para las feminidades y mujeres travesti/trans de 12,3% y 10,1% no binaries.
Emanuel celebra que, en la Asociación de Varones Trans y No Binaries hoy ve «pibes de 12, 13, 14 años que pueden nombrar su identidad», y enfatiza: “Desde la organización trabajamos con adolescentes y niñes muy chiques, charlamos sobre esto para que conozcan. Insistimos mucho en que todo lo que tenemos ahora hay que cuidarlo, porque personas perdieron la vida literalmente por esta lucha”.
PH Paula Sarkissian