“Nosotros no estamos pidiendo que nos regalen nada. Cuando los dueños de estas tierras vengan a decir que nosotros queremos que nos las regalen, pregúntenles a cuánto compraron cada hectárea que tienen”.
El pronóstico anticipa una tormenta. Son las dos de la tarde y un calor sofocante humedece la ropa de cada uno de los integrantes de la base de Ángel Gallardo que -como cada mes- están reunidos en asamblea y se disponen a escuchar a Delicia Zenteno, referente de la provincia de Santa Fe.
En distintos lugares del país, los pequeños productores vienen realizando verdurazos donde regalan sus productos a la población para visibilizar el proyecto de Ley de Acceso a la Tierra, que en el 2020 fue presentado por tercera vez en el Congreso de la Nación. Esta iniciativa se propone resolver la problemática habitacional que los trabajadores rurales tienen actualmente mediante un crédito blando otorgado por el Banco Nación que les posibilite comprar un pedazo de tierra para vivir y producir verduras y frutas libres de agrotóxicos para el consumo del resto de la población.
Falta un día para las elecciones legislativas generales, el proyecto de ley está parado en las comisiones de Legislación y Agricultura y espera el dictamen que finalmente llegará el miércoles siguiente. El clima electoral en las tierras santafesinas se siente y Delicia, que da pasos hacia un lado y hacia otro, con voz firme, explica que el resultado de las elecciones podría ser clave en el rumbo del proyecto de ley. Sus compañeros y compañeras no dicen nada, se limitan a escucharla mientras dibujan garabatos en la tierra con una rama o rompen en varios pedacitos una hoja que le arrancaron a alguno de los árboles que los resguarda del sol de la siesta.
En medio del silencio, Delicia recorre con la mirada la ronda que se ha formado a su alrededor y agrega: “Ellos no la compraron, la heredaron. Sus antepasados, cuando vinieron de Europa, se instalaron acá. Y nosotros no estamos pidiendo que nos regalen nada”.
En Santa Fe alrededor de 220 productores/as forman parte de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT). Como en otros lugares del país, casi nadie es propietario de la tierra, todos son inquilinos de las quintas en las que siembran y cosechan los productos que después venden en el mercado. Algunas familias tienen su casa ahí mientras que otras llegan al lugar despidiendo al último tramo de noche: “El campo es así, si vos no estás no hay nada, entonces sí o sí tenés que estar antes de que salga el sol e irte antes de que empiece a picar, después volá porque la insolación que te agarrás…”
Muchos de los productores y las productoras de la provincia son bolivianos o descendientes de inmigrantes bolivianos, Delicia ahonda en una cuestión que ya todes saben y viven a diario: elles, a diferencia de los dueños de las hectáreas, tienen que trabajar y ahorrar para comprarse una parcela para vivir y trabajar. No reniega de eso, pero sí de aquellos que cuestionan su proyecto diciendo que “los bolivianos quieren que se les regale tierra” porque ellos tienen sus documentos y, al igual que el resto -señala elevando el tono- al otro día van a ir a las urnas a dar su voto, que es un derecho tan legítimo como el que buscan que se reconozca con el proyecto de Ley, “lo importante es que nosotros sepamos qué dice nuestro proyecto de ley”.
Carla Sossa y Maribel Colque son dos productoras que integran la organización y hoy pusieron en suspenso sus actividades para guiar el recorrido por las diferentes bases que forman parte de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra de la ciudad de Santa Fe. Alrededor de la base de Ángel Gallardo hay un barrio llamado La Pradera, extensos metros de terrenos cercados que antes eran quintas pobladas de familias que trabajaban allí. Sin embargo, no les permitieron renovar los contratos e hicieron un barrio, construyeron casas y, donde antes crecía una amplia variedad de productos hortícolas, ahora sólo quedan suelos cubiertos de cemento. “Nosotros vimos todo el despojo”, recuerda Carla y relata lo difícil que se hace cuidar la producción los días de tormenta, por ejemplo, cuando el viento y las lluvias arrasan con todo y no queda ya ningún árbol para atajar tanta fuerza. La Pradera ahora es un barrio con casas de material donde antes alquilaban productores que tuvieron que irse y empezar de nuevo en otro lado.
“La mayoría de los productores ingresan a las parcelas alquiladas y no hay ni siquiera una perforación -que hoy está unos $160.000 pesos- para sacar el agua que es lo principal para la verdura”, cuenta la referente provincial para ilustrar una de las dificultades con las que se encuentran comúnmente al no tener tierra propia para trabajar. También menciona que hay muchas irregularidades de parte de los propietarios que les alquilan ya que, según la Ley de Arrendamientos Rurales, hay que hacer un contrato cada tres años y está pautado un aumento cada seis meses. “Eso no tiene sentido a lo que vivimos hoy por hoy. Hay algunos que no la cumplen ni a los tres años: agarran y te hacen contrato por un año, pero sí cumplen el aumentarte cada seis meses. Mucho manoseo en ese sentido en la hora del arrendamiento”, comenta.

Otro modelo de producción es posible
Sentada al lado de una repisa que rebalsa de papeles y carpetas, Delicia cuenta que está toda la semana ocupándose de diferentes tareas de la UTT y que ahora ésta es su vida. Ella se metió en la militancia «medio de rebote» dice, y fue aprendiendo en la marcha varias cuestiones burocráticas de las que hoy se encarga. La forma de construir a diario colectivamente, junto a otros y otras, es una de las características de esta organización que nuclea a productores y productoras rurales. Paulatinamente, la red que conecta a diferentes campesinos fue creciendo y reproduciendo una forma de vivir y trabajar opuesta a la lógica individualista y competitiva impuesta por el agronegocio que coarta este tipo de proyectos alternativos en pos del enriquecimiento de pocos y a costa de la calidad de vida de muchos. «Mirá, al principio, cuando recién empezamos con la UTT vos tenías que decirle al compañero o a la compañera: «che, miren, ayúdennos», eran uno o dos que prestaban colaboración. Hoy por hoy ya te ven haciendo una cosa, haciendo otra y ya vienen y te ayudan”, recuerda Delicia al mismo tiempo que Carla y Mari asienten con la cabeza confirmando lo que dice su compañera.
La UTT viene trabajando en diferentes puntos del país para que cada vez más campesinos y campesinas se unan a un modelo productivo libre de agrotóxicos que contemple el cuidado de la tierra y priorice el cuidado de la salud de todos aquellos que a diario ponen el cuerpo para producir gran parte de los alimentos que acaban en la mesa de miles argentinos.
En el campo, generalmente son los varones los que se encargan de decidir cómo y qué producir, pero ese no es el caso de doña Daria Romero quien -a partir de los talleres dictados por técnicos agroecológicos del Consultorio Técnico Popular (Co.Te.Po)de la organización- fue descubriendo que había una alternativa a la forma de producción convencional y actualmente es ella la que toma las decisiones más importantes sobre el manejo de la quinta en la que vive con su marido y su hijo. “Ella era calladita. Ella era la cocina, ir a ayudar al campo y el que llevaba todo ahí el tema del negocio era el marido”, cuentan sus compañeras, y un levantamiento de cejas permanente acompaña la reseña que hacen de esta productora, que rompe con el lugar histórico de la mujer campesina. Cada palabra que dicen tiene la fuerza que poseen las decisiones que llevaron a Daria a ser parte de otro modelo productivo, de otra forma de vida: “Yo me siento libre de sembrar y producir lo que yo quiero y a mi manera. No dependo ni de las semillerías, ni de los tóxicos, ni de los químicos porque los hago yo”.
Daria es técnica agroecológica y lleva adelante un proyecto de producción de bioinsumos, que fabrica de manera natural, para el tratamiento de plagas. Su quinta es una de las pocas que produce sin agrotóxicos: del total de productores y productoras de la UTT de la ciudad de Santa Fe hay aproximadamente un 80 por ciento que aún lo hace de manera convencional y se encuentra en transición hacia un modelo más saludable. Desde la organización acompañan ese proceso, entendiendo los tiempos de cada una de las familias que todavía no se convence de que virar hacia un modelo sin químicos es posible. Generalmente, son las mujeres quienes más se interiorizan y conocen sobre agroecología. Son ellas las que, incluso con sus dudas, se animan a apostar a otra manera de concebir la alimentación y todo lo que ello conlleva, desde el momento en que arrojan una semilla a la tierra.

Hacia la soberanía alimentaria y la de nuestros cuerpos
Además de la Ley de Acceso a la Tierra y la producción agroecológica, la Secretaría de Género es el tercer eje en el que trabajan en la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra. Carla y Mari vienen sentadas en la parte trasera de la Kangoo que va de una base a la otra y, durante el viaje, relatan lo que vivieron en el último Encuentro Nacional de Mujeres Campesinas que se realizó en La Plata hace algunas semanas. Principalmente destacan la importancia de intercambiar experiencias con otras compañeras para aprender cómo enfrentar las diferentes situaciones de violencia que atraviesan como mujeres rurales. Ellas recuerdan que antes no creían que existiera ese tipo de violencia y que por eso estaban muy lejos de percibirla. Sin embargo, ahora pueden reconocerla y, a partir de los encuentros y talleres, de a poquito las mujeres de la organización van “abriendo su voz”. La ausencia estatal hace que sea más difícil encontrar respuestas a las situaciones que viven en su sector.“En cada caso con el que te encontrás hay que ir remándola y enfrentarte a muchas situaciones, es como encontrarte en el desierto y no saber para dónde agarrar, a dónde dirigirte, hacen falta muchas políticas públicas”.
A la sombra de una planta de mango que ataja el sol del mediodía, Mari cuenta que a los 11 años llegó a Argentina desde Bolivia, su país natal. Mientras la fuente de empanadas se va vaciando, vamos conociendo parte de su historia y la de su familia, que también trabajaba en la cosecha: primero en Corrientes, después en Mendoza y finalmente en Santa Fe donde se mudaron luego de poder comprar una casita. Actualmente, es la referente de la Secretaría de Género de la provincia. Si bien titubea un poco cuando lo cuenta, manifiesta que está aprendiendo de a poco junto a sus compañeras, y que ser parte de una organización y asumir un rol como el que lleva adelante es algo que le era desconocido: “De pasar de ser mujer de casa, de labor de madre, de labor de los hijos, hacer todas las cosas de la casa a después salir y hacer otras cosas es algo nuevo, ¡me sorprende!” dice, y recuerda que hace poco salieron a comer entre algunas compañeras y le resultó un escenario completamente novedoso, porque tampoco está acostumbrada a hacer planes que no incluyan a su marido y a sus hijos, aclara que nadie le prohíbe hacerlo pero que primero piensa en ellos.

Santa Fe tiene, hasta el momento, cinco promotoras de género con credenciales que se forman en los encuentros que se realizan en la mesa nacional. Si bien los espacios de encuentro entre las mujeres productoras no son tantos porque su día a día está sobrecargado de tareas: al trabajo de la quinta se le suma el de la casa y es difícil que los tiempos libres de todas coincidan para hacer algo fuera de lo netamente orgánico. Sin embargo, Carla cuenta que desde la Secretaría intentan acercarse a las compañeras de las diferentes bases para poder acompañarlas en lo que necesiten. A través de la modalidad de taller, logran ir rompiendo con algunos imaginarios que existen sobre el rol de las mujeres que, además de trabajar en la quinta con sus compañeros, son las encargadas de las tareas de cuidado de los hijos, de los adultos mayores y de las tareas del hogar. Algunas veces se reúnen entre mujeres y varones y, entre juegos y risas, van problematizando diferentes situaciones.
En uno de los encuentros -recuerda Delicia- obtuvieron resultados muy satisfactorios de una actividad en la que se ponía el eje en la multiplicidad de tareas que realizan diariamente las mujeres: «Cuando hablan de lo que ellas hacen en la casa los varones dicen «ayudar» y la misma mujer dice «ayudar», sin embargo, ese día pudieron identificar que las tareas que realizan dentro de su hogar son las mismas que realizan cuando trabajan como empleadas domésticas en otras casas. Al finalizar el encuentro los varones pudieron reconocer que las mujeres definitivamente trabajan más horas y se ocupan de varias tareas de manera simultánea. Ya con eso te satisface saber que hay un cambio, es una persona que se dio cuenta».
Carla forma parte de la organización desde los inicios y hace tres años que viene asumiendo diferentes responsabilidades: actualmente es tesorera, delegada de su base y encargada de prensa de la provincia. Le dedica su vida al proyecto que comparte con compañeros campesinos de diferentes puntos del país que creen en un modelo de producción más sano para los productores y para el resto de los ciudadanos que consumen lo que cosechan en las parcelas que trabajan a diario. Ser parte de una organización que se moviliza incansablemente por mejorar las condiciones de producción, vivienda y salud para ella representa “salir adelante y no quedarse callados ante tanta injusticia”. Los compañeros y las compañeras de la UTT, al mismo tiempo que ponen en jaque al agronegocio demostrando que es posible producir de otra manera, intentan desnaturalizar la lógica patriarcal encarnada en las relaciones que aún se sostienen en algunos lugares. Integrar este espacio y pensar en la posibilidad de que se promulgue la Ley de Acceso a la Tierra, es algo emocionante para Carla porque, tras largos días de trabajo, cuando cae el sol, siente que la lucha le devuelve algo.
