Feminismo indígena: la lucha contra el Estado racista

Feminismo indígena: la lucha contra el Estado racista

“Este llamado es el grito atorado en nuestra garganta desde hace dos siglos, sí hermana, hace siglos que nos violan, nos saquean, nos contaminan, nos arrancan la piel, nos rapan el pelo, cortan nuestros pechos, matan a nuestros hijos, siempre absolutamente siempre en nombre del progreso” (Convocatoria inicial para la Marcha de Mujeres de Pueblos Originarios de Argentina)

En 2015 el Ni Una Menos logró aglutinar distintos sectores, visibilizar reclamos históricos y transformarlos en banderas para una gran cantidad de mujeres y disidencias que se sintieron convocadas por luchas como el aborto legal seguro y gratuito y el cese de los femicidios. Transcurridos los primeros años de efervescencia, este gran movimiento que cobró relevancia en los medios masivos de difusión comenzó a ser interpelado para que se tengan en cuenta los reclamos y aportes de los feminismos populares que luchan desde hace años por cuestiones que están vinculadas con su recorrido y posición histórica-territorial a partir de elementos como la clase, la raza y la étnia, que agravan las situaciones de discriminación que sufren las mujeres.

Uno de los espacios donde cobró materialidad este debate fue en el último Encuentro Nacional de Mujeres realizado en la ciudad de La Plata, allí se reclamó el reconocimiento de lo plurinacional para dar lugar a las luchas históricas de los pueblos originarios, así como a la voz de las migrantes. De esta forma -y como sabemos que lo que no se nombra no existe- el encuentro emblema del feminismo argentino pasó a llamarse Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias.

Minería, petróleo, agronegocio, forestales, son algunos de los negocios -que junto con la falta de servicios públicos e infraestructura- impulsan a que muchxs integrantes de las comunidades originarias se vean obligadxs a abandonar sus propios territorios. Desde el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) indican que, desde hace varias décadas, muchas familias han tenido que migrar a las ciudades por motivos económicos, laborales, escolares o a causa del avance del despojo territorial, sin por ello dejar de pertenecer a sus pueblos o comunidades, con los cuales mantienen un vínculo constante. Una de estas ciudades ha sido Rosario.

Desde Reveladas charlamos con Noelia Naporichi, de 26 años e integrante de la Nación Qom del territorio argentino. Ella milita en el ámbito de los derechos indígenas desde los 16 años y forma parte del grupo Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, donde están incluidas 36 naciones de Latinoamérica. “Me marcó mucho ser mujer, ser mujer indígena, ser portadora de voz en el territorio”, remarca Noelia para sintetizar su militancia por lxs jóvenes del barrio desde una mirada feminista.

Noelia nació en la zona rural de José Castelli, provincia de Chaco, y fue criada por sus abuelxs, trabajadores rurales. “Conocí la ciudad por mi necesidad de estudiar porque en Chaco no hay acceso a la educación para el territorio rural. Yo había hecho la primaria completa, quise hacer la secundaria y logré entrar en una escuela católica, todo lo que mis abuelos cosechaban eran para pagar mis estudios. Allí querían que me cortara el pelo, yo lo tenía por la cintura porque en nuestra cosmovisión es sinónimo de fortaleza. Quise dejar la escuela pero vinieron a buscarme y los mismos chicxs del curso me terminaron cortando el pelo; y cuando esto sucedió mi abuela dijo que era una situación muy extrema, que tenía que dejar o empezar a trabajar, y en el medio de la discusión me dijo que mi madre estaba en Rosario, cuestión que yo desconocía, y me vine para acá”, relata.

La escuela y el barrio

Durante el debate presidencial de 2019, Amnistía Internacional cuestionó la ausencia de mención a las comunidades indígenas y sus deudas históricas y precisó que, a trece años de sancionada la Ley 26160 de Emergencia Territorial (que ordena relevar todas las tierras indígenas), sólo se finalizó el censo del 38 por ciento de las comunidades originarias. Uno de los territorios donde sí se realizó un censo fue en Rosario, a partir de la Dirección Municipal de Pueblos Originarios creada en 2013, que arrojó que más de 6500 personas pertenecen a comunidades originarias, cuya mayoría son de los pueblos mocoví y toba (qom).

Fue en la comunidad de zona oeste donde se asentó Noelia, y según explica se encontró con “un barrio muy cerrado, dirigido por hombres. Comencé a concurrir a la Escuela de Educación Secundaria Orientada N°518 Carlos Fuentealba y vi que la mayoría de mi curso se iban y no avanzaban, me comenzó a inquietar esto y empecé a ir a las esquinas a sentarme con ellos y vi la situación extrema de no tener que ponerse para ir a la escuela, muchas veces la familia tampoco acompañaba, por eso arranqué a crear espacios para la juventud”.

Paralelamente, Noelia caminó por las instituciones del barrio para “indagar a los referentes sobre por qué no salían en defensa de los jóvenes en una pelea o en defensa de una mujer cuando un tipo le pegaba y no me lo supieron responder. También con mis 17 años me presenté en el Distrito Oeste para buscar talleres para lxs jóvenes y me contaron que había un espacio donde se reunían consejeros de los barrios para presentar proyectos y para mi sorpresa nadie representaba a mi barrio. Sumé a otrxs compañerxs y planteamos la idea de hacer un playón y también la promoción de derechos sexuales. Empecé a ser una referente y hasta el día de hoy es una molestia para a los hombres, porque soy joven y mujer”.

Mujeres por el buen vivir: la lucha contra el Estado racista

La integración de Noelia a la lucha colectiva de las mujeres indígenas arrancó por 2012, de la mano de Moira Millán, mujer mapuche y referenta en la lucha por los derechos de las comunidades indígenas. “Moira recorrió nuestro barrio porque quería empezar a organizarse con todos los territorios y se chocó con cinco hombres referentes machistas, la vi entrar a la reunión -porque en ese momento lxs jóvenes no podían participar de las reuniones- me quedé afuera esperándola y le pregunté quién era, me dijo que era una mapuche que estaba peleando por los territorios de su comunidad. No le creí porque ni si quiera sabía lo que era un mapuche, no sabía que lo que tenía puesto era la vestimenta de su Nación, pero igual le dije que algún día nos íbamos a encontrar porque yo estaba laburando desde el deporte con lxs chicxs del barrio”.

El trabajo que había iniciado Moira derivó en la conformación de la Marcha de mujeres originarias por el buen vivir, que luego devino en el Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir, organización integrada para fortalecer la lucha de 36 pueblos y naciones indígenas que habitan el territorio argentino y otras partes de Latinoamérica. “Cuando Moira volvió para la presentación de su película Pupila de mujer me empecé a integrar a la marcha y viajé a Buenos Aires para vincularme con compañeras de otras naciones. Hasta ahí yo solo me ocupaba del barrio pero se amplió mi visión sobre lo que era el Estado y el sistema. El movimiento se gestó para que las mujeres lleven la voz de sus territorios y todas las decisiones se toman en conjunto”.

Consultada sobre los objetivos que la unen, sostuvo que una de las principales denuncias es “contra el Estado racista y genocida. Los gobernantes mismos violan la ley que crearon: la de consultarnos cuando se tomen políticas públicas que afecten a las comunidades, pero eso no sucede y siempre estamos bajo tutela, y también queremos que se nos consulte a las mujeres”.

Noelia cuenta que este activismo también la llevó a participar de las asambleas del Ni Una Menos en Rosario, decidida a que se escuche su voz. “Me sumé hace dos años, queríamos marchar el 8 de marzo como mujeres indígenas, queríamos visibilizar nuestro lugar, no desde un determinado movimiento político o agrupación y nos decidimos a ganar el espacio y que las feministas nos escuchen”. En ese camino, encontró en las “hermanas afrodescendientes” unas aliadas, ya que se trata de otro colectivo que tampoco “está visibilizado y tienen una historia dolorosa”.

“Somos antipatriarcales y antirracista, y esto último es algo que no se labura mucho desde el feminismo. Hay que distinguir entre la mujer blanca feminista y la indígena o de barrio que sabe lo que es el trabajo precarizado. También nosotras hacemos una deconstrucción hacia el interior de nuestras comunidades, pero es un trabajo que siempre lo hacemos las mujeres”, reflexiona. Y menciona que “muchas veces es difícil llegar a las hermanas de la comunidad porque algunas familias están atravesadas por el cristianismo y se oponen, por ejemplo, al aborto legal”. 

Para graficar la necesidad de un feminismo situado que tome en cuenta la propia situación de las mujeres indígenas a partir de su posición histórica de discriminación desde el propio Estado, Noelia ejemplifica: “Cómo una mujer indígena va a llegar a un centro de salud o a realizar una denuncia por violencia de género sin en el sistema judicial no hay nadie que hable su idioma, eso implica presupuesto, gestión y políticas públicas”.

A los proyectos de Noelia este año se sumó la apertura en la casa de su mamá de un centro comunitario, mientras también trabaja como peluquera y artesana. Para el futuro espera poder cumplir su sueño de obtener su título secundario, y de esta forma seguir luchando y que nunca más alguien le diga a una mujer originaria que “por sus ganas de aprender no parece indígena”.

El trabajo de estos feminismos barriales debe ser tenido en cuenta para tener una visión más amplia de la realidad y para dejar de negar la presencia de mujeres indígenas y afrodescendientes también en las grandes urbes. De esta forma se apuntará a construir un feminismo interseccional, un enfoque que interpreta que las opresiones de clase, género y raza operan de forma ensamblada, apoyándose mutuamente para producir exclusión, opresión y subordinación y también para luchar por las políticas públicas elaboradas desde las mismas comunidades.

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