El 24 de marzo de las mujeres

El 24 de marzo de las mujeres

Por Laura Pasquali / Doctora en Historia (ISHIR / UNR; AAIHMEG)

Las mujeres del 24 de marzo (¿qué duda cabe?) son las Madres y las Abuelas de Plaza de mayo y de todas las plazas del país en las que esas familiares de detenidxs-desaparecidxs y de niñxs apropiadxs se han reunido desde 1977 para exigir la aparición con vida de unxs y la restitución de otrxs. Pero mujeres del 24 de marzo también son aquellas víctimas del terrorismo de Estado que entre las torturas sistemáticas fueron objeto de delitos sexuales. Lo son las miles de militantes setentistas que atravesaron y sobrevivieron a la dictadura y que dieron testimonio de aquel horror vivido. Y también las compañeras de desaparecidos, quienes ya en democracia se dirigieron a la redacción de un entonces periódico progresista a publicar el llamado “Hijos de desaparecidos llaman a hijos de desaparecidos”.

Si bien está ampliamente demostrado que la represión ilegal en Argentina no comenzó en 1976, con el golpe de Estado del 24 de marzo la dictadura puso en marcha un plan sistemático represivo con el fin de disciplinar una sociedad profundamente movilizada, organizada política, social y gremialmente; una sociedad que, como nunca antes, cuestionaba las relaciones sociales capitalistas. El terrorismo de Estado a través de la fuerza pública, aplicó una metodología de terror bien específica: la detención y desaparición forzada de personas, las torturas que incluían delitos sexuales y el secuestro y apropiación de menores nacidos en cautiverio en los más de 500 centros clandestinos de detención… clandestinos pero no invisibles, pues muchos de ellos funcionaban en instituciones públicas y reconocidas. Entre las personas desaparecidas hay quienes lo fueron por ser lesbianas, gays, transexuales o travestis.

Las prácticas represivas tuvieron un importante sesgo de género; desde antes del Golpe de Estado, las mujeres militantes, conforme experimentaron un fuerte proceso de politización, comenzaron a ser sancionadas socialmente como malas madres y amas de casa deficientes. Quienes activaban políticamente en las izquierdas claramente desmerecían su rol social como cuidadoras y garantes de los valores tradicionales. En ese tránsito, las presas políticas fueron víctimas de un proceso de desubjetivación (al decir de Silvia Bleichmar), estrategia que, montada sobre las características del sistema sexo-genero se centraba en la violencia contra las madres y en la degradación e intimidación sexual. La práctica de la violación hacia las mujeres detenidas era parte de la violencia patriarcal en el marco del plan represivo. “Como había sido torturada y violada se corría la bola de que mi embarazo era producto de la violación. [mi compañero] también creía eso, él no sabía que yo había sido violada solo por atrás. Yo le explicaba al Flaco que sí, que el hijo era nuestro. Pero él se había puesto obsesivo” (Hilda Nava de Cuesta, “Lili”,1986).

De fallar en el ejercicio de la maternidad fueron acusadas las detenidas (por elegir la militancia antes que a sus familias) y también las Madres y las Abuelas, por descuidar a sus hijxs devenidos militantes y por ello, desaparecidxs. La existencia de familiares de presos políticos tiene una larga (y justificada) tradición en Argentina. Pero desde 1977 Madres y Abuelas se convirtieron en dirigentes de un movimiento de la sociedad civil contra la dictadura militar, en el gesto de asumir las alteraciones de la vida cotidiana producidas por el Terrorismo de Estado. Y a poco andar, admitir con entereza la expresión detenido-desaparecido porque “el término desaparecido usado solo, crea en el oyente o en el lector el efecto preciso que la fuerza represiva pretende crear: sumergir a las personas en un cono de sombras, hacerlos irreales. Con la denominación detenidos-desaparecidos pretendemos justamente sacarlos de ese cono de sombras, ya que, antes de cada desaparición hubo un hecho concreto real: el secuestro o la detención” (Elida Bussi de Galetti, 1981).

La apropiación de bebés nacidxs durante el cautiverio de las detenidas-desaparecidas involucró a militares, empresarios, funcionarios del Poder Judicial y grupos vinculados a la iglesia católica. Y dio origen a la vigorosa organización Abuelas. “Y nos fuimos encontrando, cinco, seis abuelas y empezamos a conversar de la necesidad de buscar a los nietos, porque la búsqueda de los nietos tenía que ser totalmente diferente a la búsqueda de los hijos. Y el primer paso importante fue el hacer conocer al mundo de la existencia nuestra” (Delia Giovanola, 2016)

A través de los años involucrados en el arco temporal de ambos testimonios, Madres, Abuelas y ex presas políticas se constituyeron en un sujeto histórico, político, referente ineludible cuando la agenda social retorna tozuda, irreverente y esperanzada a buscar en las condiciones de posibilidad de un presente distinto. Militantes setentistas detenidas-desaparecidas, Madres y Abuelas protagonizaron una lucha que ha trascendido estos cincuenta años. Su resistencia contra las formas de dominación vigentes en un caso, y contra el terrorismo de Estado en otro, cuestionó profundamente la noción según la cual las mujeres son dóciles agentes en su ámbito natural que es el hogar y reproductoras pasivas de un tipo de familia capitalista y patriarcal. Trastocaron esos territorios, lo que pasaba en sus hogares se hizo público y los vínculos biológicos, se hicieron políticos.

Imagen del archivo del Ministerio de Cultura de Nación

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