Cooperativa textil Jamandreu: cosiendo lazos de sororidad

Cooperativa textil Jamandreu: cosiendo lazos de sororidad

La cooperativa textil Jamandreu forma parte de un modelo de gestión de trabajo donde las mujeres que la integran además de ser sus trabajadoras, proporcionando su fuerza laboral, son socias de la misma. Esta asociación se encuentra ubicada en el predio que denominan “La Fábrika”, un espacio que pertenece al Movimiento Evita donde además se desarrollan otros talleres como marroquinería, herrería, serigrafía, entre otros.

Beatriz Balbuena es la integrante más antigua y con mayor experiencia, dicho por sus compañeras, porque además ella tiene su propio taller. Pero cuando llegó la cooperativa no estaba constituida tal como lo está en la actualidad. “El día que llegué acá era una ciudad. Había médicos, psicólogos porque había chicos en rehabilitación de droga, de alcohol. Esto hace cinco o seis años atrás. Empecé a capacitar a esos chicos que estaban en rehabilitación. Fue una linda experiencia. Al principio la capacitación era tres veces a la semana. Tuve momentos que fueron difíciles pero era muy lindo, con un buen clima de trabajo. Ellos constantemente mostraban su cariño y agradecimiento.”, cuenta Beatriz, a la vez que recuerda lo grato de la experiencia. 

El espacio en el que actualmente funciona la cooperativa era antes un galpón abandonado. Las primeras máquinas fueron compradas por una compañera que actualmente no se encuentra en la Fábrika pero que pagó con fondos propios para dar inicio al taller textil. El resto de las máquinas con las que actualmente trabajan y producen, fueron donadas por la actual vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner.  “Cuando yo llegué se empezó por comprar unas máquinas directamente del bolsillo de Amparo, otra compañera que ya no está. Y así empezaron de a poquito con una máquina. Después tuvieron la suerte de que la ex presidenta Cristina Kirchner les comprara otras máquinas y así se empezó a armar el taller”, explica Beatriz.

El nacimiento de la Jamandreu

La identidad de la cooperativa se constituyó al calor de diferentes transformaciones producidas al interior de la asociación. Como en todo proceso hubo momentos complejos. Sin embargo, la potencia de este grupo de mujeres es inusitada. Todas coinciden con gran convicción en que lo que no conocen “lo aprenden”. Nada las detiene.

Verónica Jiménez hace poco más de dos años que trabaja en la cooperativa. “Me había quedado sin trabajo y mi amiga para darme una mano me propuso venir acá. Al principio eran solamente cosas básicas para el Movimiento Evita como banderas, pecheras y después arrancamos haciendo laburos para afuera. Nosotros fuimos el cambio”, expresa convencida.

Gabriela Landriel es la delegada, cuenta que a partir de los cambios que se dieron surgió otro tipo de producción en términos de calidad y cantidad. “Decidimos empezar a perfeccionarnos e ir transformando la cooperativa. Esos cambios se fueron produciendo de a poco. Buscamos trabajos por fuera del movimiento. Con el aporte de cada una empezamos a hacer muestras”.

Beatriz es una de las compañeras con mayor experiencia en el rubro textil. Durante este año les sugirió a sus compañeras crear una línea propia para tener otros ingresos. La moción fue aceptada por parte de todas sus integrantes. La primera muestra que hicieron fue durante el mes de julio cuando se empezaron a otorgar los primeros permisos del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio. “Hasta ahora nos va re bien porque entró mucho trabajo. Empezamos a poner fotos en las redes sociales y ahí fuimos difundiendo lo que hacíamos. Pablo Basso es el encargado de la Fábrika. Él nos incentivó y nos fue dando ideas. Tenemos Instagram que también se llama Jamandreu. Le pusimos ese nombre por Paco Jamandreu el modisto que vistió a Eva Duarte de Perón”, relata Beatriz a la vez que Verónica cuenta con emoción que desde hace unas semanas les entregaron sus primeras etiquetas: “Sacamos las primeras bolsitas con nuestro nombre. Avanzamos un montón”.

La visión de estas mujeres sumado al trabajo colectivo hizo de la primera muestra, un parteaguas en la historia de la cooperativa.  “La muestra la hicimos hace tres meses y desde que arrancamos no paramos más. Hicimos una remera y después vino una persona que encargó cien. Después vino otro que pidió sesenta y otra cuarenta. Hacemos arreglos mínimos también. Comenzamos haciendo estampas en el tapaboca, ese fue nuestro primer trabajo por este tema de la pandemia. Se nos ocurrió la idea de ponerle algún dibujo a los tapabocas y ahí empezamos. Nuestra primera muestra fue de los tapabocas estampados. Las estampas las hacemos con los chicos en el taller de serigrafía”, comenta Beatriz.

Dentro de la organización las tareas se dividen. María Machado, integrante desde hace un año, se encarga en conjunto con Agustina, otra compañera de la Fábrika, de elaborar los cálculos y presupuestos. Gabriela es la cortadora oficial y las otras compañeras “somos multiuso”, cuenta Verónica entre risas. En el espacio se percibe un clima de calidez. “Cada una ocupa un rol distinto en este equipo”, explica Verónica. La horizontalidad es una característica identitaria de la cooperativa. “Acá no hay jefa. Las decisiones se toman todas juntas, somos todas iguales. Si tenemos que discutir lo que sea lo discutimos”, asegura Beatriz.

Jardín comunitario

Algunas de las compañeras que integran la cooperativa llevan a sus hijxs al Espacio de Primera Infancia (EPI de ahora en adelante) que se encuentra dentro del predio de la Fábrika. Esta institución habilita la posibilidad de que muchas mujeres que allí trabajan tengan la tranquilidad de que sus niñxs, además de tener un cuidado integral y respetuoso, tienen un espacio para aprender, jugar y compartir con otrxs. 

Gabriela Landriel es una de las trabajadoras-mamás que lleva a su hija al jardín. “Esto nos permite trabajar con nuestros hijos. Las mujeres que trabajan en la fábrica pueden dejar a sus hijos en el jardín. Hay un grupo de chicas que los cuida desde las nueve de la mañana hasta las doce del mediodía. Es un proyecto nuevo. Empezó este año, hace poquito. La idea es que además de las mujeres de la Fábrika, toda madre del barrio pueda dejar a su hijo en el jardín para que pueda ir a trabajar. Pero con el tema de la pandemia solo pueden ingresar los hijos de las mujeres que trabajan en la Fábrika”, explica Gabriela.

A su vez, Verónica agrega que “todo está pensado en base de una mujer que está sola, que tiene que ir a laburar, que tiene hijos y que se pregunta cómo hace. Acá tienen esta alternativa de alguien que pueda cuidar a su hijo mientras la mamá va a trabajar”. Claudia Maidana, integrante de la cooperativa desde hace dos años, también lleva a su hijo al jardín y cuenta: “me siento tranquila sabiendo que está jugando, que está aprendiendo. Además los chicos desayunan y almuerzan acá, ya se van comidos”.

Maira es la coordinadora del jardín, además de ser profesora de nivel primario y estudiante avanzada de nivel inicial.  Cuenta que hace tres años mandaron el proyecto del EPI a la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Sennaf). “El año pasado se aprobó el proyecto dando inicio para la refacción del lugar. Nos tocó arrancar este año en el mes de abril y a mitad de marzo nos trabó la pandemia y no pudimos empezar. Pero le dimos inicio virtual, fue complicado por el tema de la virtualidad porque trabajamos con niños y niñas de acá del barrio, no todos tienen celular ni acceso a internet. Lo que decidimos hacer, fue ir a visitar a los chicos y a las familias”, comenta Maira. En el jardín trabajan distintas mujeres como educadoras populares: “Además tenemos un equipo interdisciplinario, es bastante completo el jardín, lástima que este año nos trabó la pandemia”, explica.

Violencia machista

La cultura patriarcal aparece en todos los escenarios sociales. Los femicidios son la expresión de odio más descarnada de esta cultura que se lleva la vida de muchas mujeres a nivel mundial. Detrás de esos femicidios subyacen distintas formas de violencia que se manifiestan de diferentes maneras. Muchas mujeres deben batallar contra esos maltratos a diario.

Gabriela cuenta que su ex pareja la obligó a dejar de trabajar y lo difícil que fue para ella recuperar la confianza y los vínculos con otras personas. “Después que me separé me fui con mi hija, sin nada, a lo de mi prima con quién no me hablaba hacía ocho años.  A mí me costaba hablar con los hombres. No me refiero a hombres como una pareja sino amistades, por eso también para mí es tan importante este compañerismo. Yo antes estaba a la defensiva con los varones. Me había quedado grabado esto de no mirar a ningún hombre. Me costó salir en un principio de esa situación, pero con la familia y este acompañamiento, el de la cooperativa, pude salir adelante”, expresa la delegada.

Gabriela no olvida lo difícil que fue para ella construir una nueva vida con su hija. “Pensé que iba a morir con esa persona. En mi caso me fui porque le perdí el miedo y porque si seguía así no sé cómo iba a terminar todo”, comenta, a la vez Verónica agrega que “en la vida de una mujer, en algún momento, siempre pasaste algo con lo que no estabas muy a gusto”.

Es importante comprender que, en la medida que se pueda, pedir ayuda es esencial para poder romper con la violencia de género que ejercen muchos varones sobre las mujeres. Gabriela decidió contar su historia para que otras puedan escucharla: “Hay mujeres que les cuesta soltar o dejar determinadas relaciones, pero está bueno que sepan que se puede. Se puede salir, a veces no es sencillo, pero se puede”, asegura.

La cooperativa como sostén identitario

Allí, entre remalladoras, hilos, retazos de distintos colores y texturas se tejen otros vínculos. Formas de relacionarse respetuosas, amorosas y solidarias. El compañerismo es identidad dentro de la organización. “Además del trabajo también nos damos el espacio para desayunar, charlar un rato. Porque no es solamente producir, sino que la base de la economía popular también tiene otras cosas. Tenemos otros motivos por el cual venir a trabajar. Yo acá me siento como en mi casa. Somos como una gran familia”, manifiesta Gabriela.

Aunque las cooperativas nacieron y persisten como alternativa al sistema liberal-capitalista, sería desacertado concebirlas tan sólo como una forma de sostén económico. Por el contrario, se trata de instituciones de gestión comunitaria, cuya identidad se halla ligada a los principios de la ayuda mutua y la solidaridad, sin los cuales la misma condición humana es impensable. En efecto, en las cooperativas no sólo se fabrican productos trabajando de manera mancomunada, sino que también se “producen” subjetividades. La cooperativa textil Jamandreu invita a las trabajadoras, a las desempleadas y a las mujeres que sufren violencia a un espacio en el cual devienen sujetos de derecho, se empoderan, se hermanan.

Así, el trabajo cooperativo resulta un potente antídoto contra el aislamiento en el que muchas mujeres se hallan sumidas, que la situación de emergencia sanitaria ha agravado, obligando a muchas de ellas a permanecer en sus hogares conviviendo con sus agresores. Asimismo, en tiempos de distanciamiento social preventivo y obligatorio, esta institución las “acerca”, procurando que la distancia sea respetada en términos sanitarios sin transformarse en un escollo, entendiendo que la subjetividad se “entreteje” en el vínculo con las otras.   

Las mujeres de la Jamandreu comparten el tiempo y las tareas, pero también el sueño de una sociedad más justa e igualitaria. Ellas saben que los sueños no son muy diferentes a cualquier tejido o textura: aunque por momentos se resquebrajen, no se rompen, sino que pueden ser remendados, reparados, o incluso transformados. Día a día, en la cooperativa, ellas dedican sus horas a coser, zurcir, enmendar, pero también –y ante todo– a hilvanar lazos de sororidad. 

PH: Florencia Carrera

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