Por Paula Barranco / Militante LGBTIQ + – Profesora de Historia (UNR)
Para quienes pensamos la historia reciente argentina, los años 2000 son un parteaguas tanto en la vida política del país como en la historia personal de cada unx. En el imaginario colectivo, asociamos esa etapa con asesinatos, cacerolazos, saqueos, helicópteros, corralitos y tantas otras cosas más que marcaron un periodo histórico que hasta el día de hoy sentimos las heridas abiertas.
Sin embargo, para la ciudad de Rosario y la comunidad LGTBIQ+, ese año marcó un antes y un después en la vida y agenda pública de quienes integramos el colectivo de la diversidad sexual. Es necesario recordar que cada 28 de junio desde 1969, luego de los sucesos conocidos como “Disturbios de Stonewall”, se celebra el Día del Orgullo, gay en su momento y ahora orgullo para quienes no nos sentimos representadxs por el modelo ideal de sujetxs que construye la sociedad heteronormada.
Desde la década del ’80 Rosario contaba con militantes y activistas LGTBIQ+ que luchaban por el reconocimiento de sus derechos teniendo en cuenta también el difícil marco de la crisis ocasionada por la pandemia del VIH-SIDA que se cobraba la vida de muchísimos compañerxs. Las sucesivas organizaciones y colectivos que existieron y luego desaparecieron dentro de la historia del movimiento LGTBIQ+ rosarino se encargaban de llevar a cabo acciones para poner en el ojo público -tanto del Estado como de la sociedad en general- sus reclamos y sobre todo manifestando que sus cuerpos y subjetividades existían y necesitaban ser reconocidxs.
Dentro de este contexto, eran frecuentes los espacios de sociabilidad para generar mancomunión dentro del propio colectivo, como los boliches, bares, ciclos de cine, ciclos de lectura y otras tantas maneras de agruparse y construir un sentido y una lucha en común. El ámbito de lo privado se volvió esencial también para lograr un conocimiento, una organización de quienes estaban dispuestxs a ser oídxs.
El 28 de junio del 2000, lo gay, lo lesbiano, lo trans y lo travesti irrumpieron en la escena de la vida rosarina, celebrando por primera vez un acto público en el Día del Orgullo, sacando esta conmemoración del ámbito de lo privado para ponerla en la calle, todo lo que algunos consideraban como lo “anormal”, lo “desviado” o lo “monstruoso”.
El acto estuvo convocado en la Plaza Pringles -pleno centro rosarino- a las 18.30 de ese día miércoles, denominándolo “Día Internacional de la Dignidad Gay”. Organizaciones como el Colectivo Arco Iris, el Centro de Acción en SIDA, la Revista Vox y hasta la conformación de una coordinadora llamada 28 de Junio, fueron quienes motorizaron “la salida del closet” de este festejo.

En las crónicas del acto de aquel día, se destaca tanto la preocupación por la faltante de medicación para personas con VIH-SIDA, como la necesidad de visibilización del colectivo LGTBIQ+ y el grave reclamo por el cese de la persecución policial especialmente a las identidades trans-travestis. También es necesario decir que, si bien pasaron 20 años, seguimos resistiendo y luchando para seguir mostrando que nuestras identidades, nuestras cuerpas, nuestras familias y nuestros deseos existen. En este marco, seguimos reclamando por una nueva Ley de VIH-SIDA (la vigente es del año 1990) que contemple las realidades actuales y una y otra vez les decimos basta a los travesticidios y exigimos una Ley laboral de cupo trans.
La celebración de aquel miércoles, quizás un día más para los transeúntes que pasaban en aquel momento por la Plaza Pringles, finalizó con la canción, como no podía ser de otra manera, “Soy lo que soy” interpretada por Sandra Mihanovich.
Hace veinte años atrás, no había multitudes llenando de colores las calles rosarinas, como acontecen en nuestra actualidad cada octubre, donde sabemos que esperamos con ansias ese día para mostrarnos libres, existiendo, deseando y amando. Hace veinte años atrás no existía la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género ni la Ley de Educación Sexual Integral (ESI); estos derechos adquiridos se deben a las luchas colectivas, gracias a quienes se animaron a pensar otros futuros posibles.
Podremos seguir sintiendo a los 2000 como sinónimo de catástrofe, oscuridad, caos y tristeza pero si queremos lograr pensar en futuros más diversos, más inclusivos y en sociedades no heteronormadas, es necesario revisitar nuestro pasado y pensar una Historia tanto individual como colectiva más plural donde todos los relatos sean narrados y saber que el 28 de junio de 2000 fue el puntapié de un sinfín de actos, marchas y celebraciones, porque sin dudas, que al closet no volvemos nunca más.